Gloria Alcorta

Yo era una niña solitaria, y creo que comencé a inventar personajes para tener unos compañeros de juego.

Más tarde, para asegurarme unos cómplices, pero durante mucho tiempo, en mi cama de niña, con el fin de perpetuar los espejismos provocados por los relatos de las nanas, hacía todo lo posible para no dormirme antes de haber encontrado una continuación a las peripecias de Gulliver o de Piel de Asno. Un día, el despertar del sueño cedió el lugar a la escritura. Los marinos y los genios me habían señalado el laberinto. Rimbaud, Kafka, Borges me abrían la puerta.
«Ahí es donde habita el poema», decían ellos, «y en el poema, la pasión y la gloria del hombre». Entonces, las torres empezaron a crecer alrededor. Los caminos se cruzaron, seres de sangre me cercaron.
Desde ese momento compongo fábulas.
Interrogo y escucho. Y la respuesta de los dioses siempre se presenta como un nuevo enigma cuya solución habré de encontrar en la escritura.

Escribo para engañar a la angustia, porque tengo miedo, para no naufragar, para sentirme viva, todavía un poco, y con la esperanza de que en el momento deseado, el amigo desconocido, tan caro a Supervielle, me tienda la mano desde un continente a otro.
En Francia, donde nací de padres argentinos, y en Argentina, donde siento nostalgia de Francia, durante unos segundos, en el momento en que la fábula surge del laberinto donde se hallaba prisionera, conozco la alegría que siente el navegante a la vista de la tierra prometida.

Gloria Alcorta
Argentina
Ha conocido a todos los grandes escritores de América Latina, desde Pablo Neruda a Bioy Casares. Escribe, en español y en francés, cuentos fantásticos, relatos y poemas, que han recibido el ferviente homenaje de Supervielle y de St. John Perse. Destacan: El hotel de la luna y otras imposturas, Noches de nadie, En la casa muerta.