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Vasiliv Aksiónov

Vivimos ahora bajo una amenaza permanente y deberíamos quedarnos paralizados por esas inquietudes que se acumulan y cuya causa no se ha de encontrar en algunos fenómenos cósmicos sino en la muy real e irremediable estupidez humana. Y sin embargo, no estamos paralizados. Un extraño hombrecillo, con un guante plateado, Michael Jackson, arrastra a las multitudes juveniles hacia los espacios alegres de la danza. Los astronautas se sumergen valientemente en el vacío sideral. A veces, incluso, se puede leer algo nuevo que merece la pena. La ineluctabilidad del holocausto nuclear, pese a todos esos signos amenazadores, continúa siendo un tema de discusión, pero cada uno de nosotros sabe que la propia muerte es inevitable.

¿Cómo es posible que no nos quedemos paralizados? Es que, sin ningún género de duda, al lado de nuestros temores, existe algo en nosotros que en otros tiempos se llamaba «el espíritu de Dios». No somos conscientes de ello, atrapados en la agitación cotidiana, fascinados por nuestros pueriles pecados, engullidos por nuestra rutina materialista. Y, sin embargo, si continuamos viviendo, estoy seguro de que es únicamente gracias a esa débil percepción del espíritu de Dios. Este estado de carácter espiritual, complejo, indefinible, está compuesto de numerosos elementos simples —uno de ellos es la dignidad humana—. La literatura tiene mucho que ver con la dignidad humana. No aceptaría en ningún caso un mundo sin dignidad. El derrumbe de toda moral sería una catástrofe más devastadora, más horrible aún que una guerra nuclear. Por otra parte, si de una forma u otra debemos evitar el apocalipsis nuclear, el miedo no será lo decisivo, aquello que nos salvará, sino la dignidad.

Decir que el propósito de la literatura no ha cambiado no significa que su alcance no haya cambiado. En el mundo moderno, la literatura, pese a sus errores y a sus fracasos, ha alcanzado un alto nivel de cosmopolitismo. Este cosmopolitismo hace de la literatura un modo de defensa más eficaz tal vez que por ejemplo el movimiento pacifista comprometido en una lucha ideológica feroz. La literatura existe y esto es suficiente para que alcance incluso a aquellos a quienes les es completamente ajena.

Nuestra civilización, si no se destruye a sí misma, llegará pronto o tarde a su apogeo con una nueva definición de la igualdad. En ese estadio, la separación derecha-izquierda parecerá ridícula. La ideología totalitaria no es ni de derechas ni de izquierdas, no más que las teorías liberales.

Vasiliv Aksiónov
Antigua U.R.S.S. (Rusia)
Nació en Kazán en 1932. Su infancia estuvo marcada por la deportación de su madre, Eugenia Guinzbourg, y por la vida en el extremo oriente siberiano; su adolescencia, por la «liberalización» de la época de Jruschov, y por la poesía en Leningrado; su edad adulta, por el exilio, la vida en Estados Unidos y la peregrinación a través del mundo. Entre sus obras: Nuestra chatarra de oro, La isla de Crimea, La combustión, Paisaje de papeles, Una sonrisa, por favor.