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¿Quién sabe qué empuja a un escritor a escribir, acto tan contrario a la naturaleza? Incluso para él, es en gran parte un misterio. En ciertos momentos, raros y aislados, instantes fugitivos, como tras una iluminación, uno tiene la impresión de sorprender este ilusorio porqué.
Un amigo me hace llegar secretamente una carta de la cárcel para decirme cómo, durante su proceso, en el calabozo situado debajo de la sala del tribunal, entre los graffitis que llenaban las paredes grasientas -las obscenidades, las piadosas decisiones, las groseras blasfemias, los textos bíblicos, las fechas y las iniciales- descubrió el título de un libro mío, gravado en el yeso por una mano anónima... Por lo tanto, sé por qué debo escribir.
Un surafricano de color, en el exilio, me escribe: Si hubiese leído antes sus libros, no habría abandonado el país... Por lo tanto, sé por qué no tengo elección. Una joven negra, neoyorquina, me dice cómo, en Walt of the plage, se ha descubierto a sí misma en el personaje de Andrea, en tanto que Negra en una novela escrita por un blanco... Por lo tanto, sé lo que me empuja a escribir
Un estudiante blanco de una universidad africana me confiesa que antes de haber leído uno de mis libros, jamás había considerado a los negros como seres humanos... Por lo tanto, sé por qué persevero.
Un hombre que ha pasado cinco años en la famosa prisión de Robbin Island viene a verme para decirme que la lectura de ejemplares clandestinos de mis libros le procuraba fe y coraje para soportar sus sufrimientos... Sé que no puedo actuar de otra manera.
Todas estas voces existen, son una cadena sin fin. Y detrás de ellas percibo el murmullo de la masa invisible de aquellos que han sido privados de su voz y que gimen en la oscuridad... Por lo tanto, cojo de nuevo la pluma.
Pero en lo que a mí respecta, no puedo explicarlo realmente. Excepto, el admitir que no podría vivir sin escribir. Es la única manera que tengo de descubrir el significado de un mundo confuso. Hay un viejo dicho: Sólo se vive dos veces, y la vida que me importa más es la que puedo aprehender, o creo o espero aprehender, sobre el papel. Sin ella vegetaría.
Nunca hay ninguna seguridad, ninguna certeza previa. Pero con la ciega e intensa fe de que, por muy fugitiva que sea, puede, y debe, ser obtenida una significación a partir de los signos trazados en el papel, yo continúo.
Escribir no es una reacción frente a la vida. Para mí es la vida misma.
André Brink
Suráfrica
Nace en 1935. Profesor de Literatura inglesa en la Universidad de El Cabo. Lucha contra el apartheid. Destaca su novela Looking on Darkness. La editorial Anaya y Mario Muchnik ha publicado Al contrario y La primera vida de Adamastor.