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No podría parar de escribir. Siempre he sabido que mi destino era un destino literario de lector, y también, imprudentemente, de escritor. Escribo para responder a una urgencia, a una necesidad interior. Si hubiese sido Robinson Crusoe en su isla o Edmond Dantés, del Conde de Monte-Cristo, no habría escrito.
Hasta los treinta años leí lo que se escribía sobre mí. Después, dejé de hacerlo. Cuando publico un libro, mis amigos saben que no deben hablarme de lo que he escrito. Es así como publico un libro y no sé nada de la crítica, buena o mala, justa o injusta. Ni de la venta del libro. Esto puede interesar al librero o a los editores, no al escritor.
No escribo por el pequeño ni por el gran nombre. Lo hago cuando siento la necesidad. No busco temas, espero que los temas vengan a mi encuentro... por otra parte puedo rechazarlos. Y si verdaderamente insisten, entonces escribo para poder pasar a otra cosa.
Me acuerdo de los famosos versos de Kipling en If: Saber afrontar el fracaso y el éxito y tratar paralelamente esas dos imposturas. Pues nadie tiene tantos éxitos ni tantos fracasos como cree.
Tampoco releo lo que he escrito. A veces la gente me pregunta: ¿Qué quiere decir tal frase, en tal cuento? Les respondo: Escribí ese cuento en su momento y no lo releo después. Uno escribe un cuento en un momento dado, luego viene la gente, que tiene todo el tiempo para releerlo, y finalmente ese cuento pertenece más al lector que al autor.
Creo que no es sano pensar en el pasado, creo que no es sano pensar en los cumpleaños. Intento vivir hacia adelante. Pienso en lo que voy a escribir, no en lo que he escrito.
En esta casa, en vano se buscará un libro mío, pues no se encuentra, excepto uno, un libro inofensivo sobre budismo que hemos hecho Alicia Jurado y yo y que está traducido al japonés.
Intento proteger mi biblioteca. ¿Quién soy yo para compararme con Voltaire o Montaigne?
Si de repente pienso que va a pasar algo, me pongo en situación, digamos en actitud pasiva, y espero...
Entonces algo acude, una especie de vaga revelación, la palabra es pretenciosa, diré más bien que entreveo algo, puede ser un poema, un cuento, una página en prosa, eso me es revelado a continuación.
Intento intervenir lo menos posible en lo que escribo. Y como no tengo opiniones firmes en materia de ética o de política, por ejemplo, intento que mis opiniones no intervengan en lo que escribo. Kipling decía que puede suceder que un escritor escriba una fábula, sin que le sea dado conocer la moraleja. Es decir, que es el depositario de una ficción, y que enseguida, la lectura que se hace de ella es diferente. Así, una obra entera puede adquirir un valor que va más allá de la intención del escritor. Un valor que le es ajeno. Lo que se corresponde con el antiguo concepto de Musas, del Espíritu Santo, o con el de nuestra moderna mitología, que no es tan bella, y que se denomina subconsciente.
Jorge Luis Borges
Argentina
Nace en Buenos Aires en 1899. Portavoz de la vanguardia literaria en los años 20 y 30 en Argentina. Escribe cuento, poesía, ensayo, crítica literaria y novela. Se considera un hombre del siglo XIX, y más aún del siglo XVIII, si no de la Edad Media, de las sagas nórdicas o de la Grecia homérica. Su primer libro de relatos es El jardín de senderos que se bifurcan [Alianza Editorial ha publicado gran parte de su obra].